Vivir en una isla como Margarita es sin duda un gran privilegio, siempre agradezco vivir en este lugar mágico que me da hogar, abundancia y alegrías a más no poder…
Aquí cada día tiene sus regalos, voy descubriendo Margarita paso a paso, la conozco desde mis primeros meses de vida y hoy a mis 42 pienso que es una mujer es inagotable.
El domingo pasado rompí la rutina de levantarme un poco más tarde y me fui a las 6 am a Playa Valdez, una bahía de pescadores ubicada al final de la famosa playa “La Caracola” allí encontré un mar lleno de calma, con destellos de luz de amanecer, pinceladas de verde aguamarina y azul intenso.
En la orilla ante ese mar inolvidable hice un poco de yoga, respire el infinito del universo, calenté mi cuerpo y una vez terminada la rutina sin pensarlo mucho me puse lentes para nadar y me lancé al agua, por primera vez me atreví a nadar en “aguas abiertas”, digo me atreví porque usualmente me baño en la playa pero no nado en ella porque siempre me causa lo que yo digo cierto “respeto” y si, hoy lo acepto: no es otra cosa que temor a lo que no puedo ver ni controlar.
Me causaba temor el hecho de no ver el fondo, de que no tener control sobre lo que puede aparecer desde ese lugar infinito y por eso me limitaba a bañarme con recelo y no nadar, chapotear, sumergirme en sus aguas.
Atreverme me permitió enfrentar dos cosas: el miedo y las ganas de controlar, nadando en el mar estaba vulnerable, no podría hacer mucho si aparecía ese “algo” que podría ser cualquier cosa y podría hacerme cualquier cosa.
Parece gracioso pero muchas veces nos inhibimos de disfrutar nuevas experiencias positivas por temor a enfrentarnos a lo desconocido. Pero es precisamente en lo desconocido donde crecemos, pues salimos de la zona cómoda y nos vemos obligados a enfrentar situaciones nuevas.
La buena noticia de mi experiencia es que no apareció ese “algo” indefinido que en mi mente estaba dispuesto a atacarme, que pude nadar de una playa a otra y sentir mi cuerpo en contacto con el agua, capaz de flotar, avanzar, respirar de una forma distinta, moverse de una forma distinta y además aprovechar los beneficios de estar dentro del agua del mar, entre ellos la capacidad que tiene de desintoxicarnos.
Mi mañana de domingo fue maravillosa y el día entero me regalo muchas más sorpresas tan solo por cambiar una rutina y estar atenta a mis pensamientos.
Nuestra mente crea nuestra vida, todos nuestros pensamientos están creando la realidad que vivimos y como usualmente se repiten la misma clase de pensamientos nos mantenemos más o menos en las mismas experiencias.
Me alegro de haberme atrevido a nadar en el mar, de lanzarme al agua de la vida y sentir la vulnerabilidad y demostrarme que era más el miedo en mi mente que el real, esa acción me ayudo a ser una mujer más abierta, más confiada y más feliz, dispuesta a vivir las experiencias gratificantes que me propone la vida mirando lo positivo que me aportan!